22 Dec 2017 Reportaje Chemicals & pollution action

Rostros del cambio: la lucha por un futuro libre de mercurio

Charito Elcano cumplió 60 años este 2017, un hito en una vida llena de altibajos, desafíos y oportunidades y, en su caso, una tragedia. Una tragedia que le quitó la vida a su hermano y su hijo y la convirtió en una feroz activista contra el uso del mercurio en la minería de oro a pequeña escala.

Ella anhela los viejos tiempos, cuando se usaba un método tradicional para extraer oro a base de pasto local. Espera ansiosa que se construya una instalación de procesamiento de oro sin mercurio en su comunidad, Luklukan Sur, en la exuberante provincia costera de Camarines Norte, en Filipinas.

El sector de la minería aurífera artesanal y de pequeña escala representa 20% de la producción mundial de oro, y es la mayor fuente de emisiones de mercurio causadas por el hombre a nivel global. Entre 12 y 15 millones de personas trabajan en el sector, incluidos 4.5 millones de mujeres y más de 600,000 niños. En Filipinas, la minería artesanal se lleva a cabo en más de la mitad de las provincias del país, es el sustento de más de 2 millones de personas y produce 80% del suministro de oro de la nación cada año.

Gold miner in the Philippines
Un minero en Carmines Norte asciende desde un sitio para revisar el mineral que había acumulado. (Foto de Veejay Villafranca para ONU Medio Ambiente)

El mercurio se utiliza a menudo en la extracción de oro artesanal y a pequeña escala para separar el oro de los sedimentos o minerales, a través de métodos de procesamiento rudimentarios. 

Este metal puede generar graves problemas neurológicos y de salud, especialmente para las mujeres embarazadas y los niños. Un estudio de Naciones Unidas de 2006 encontró entre los mineros encuestados en Filipinas niveles de mercurio hasta 50 veces superiores a los estándares de exposición segura que establece la Organización Mundial de la Salud.

El alto precio de la riqueza

Cuando era joven, Charito dejó su hogar en la zona minera de Luklukan Sur para dedicarse a la industria textil. Pero después de años de desarraigar continuamente a su familia para encontrar trabajo, en 1989 decidió que era hora de regresar a casa. Y, como para muchos de sus vecinos, regresar significaba dedicarse a la minería.

Charito fue uno de los afortunados. Después de financiar una excavación en las tierras de su familia, en 1990 encontró oro: 8 kilogramos completos -US$ 320,000 al precio actual del mercado-. Temerosa de que se corriera la voz y de que les robaran o arrancaran su hallazgo, Charito y su familia decidió procesar el oro en casa. Su recuerdo de esa noche es vívido.

"Miré mis pies y vi en las escaleras rastros de mercurio que habían dejado mis zapatos"

"El líder del equipo me dijo que obtuviera 10 kilos de mercurio. Luego trabajamos desde la mañana hasta el amanecer del día siguiente. Alrededor de las 5 pm mi hijo comenzó a toser y le dije que tomara un descanso mientras todos paraban a comer. Más tarde, subí a la habitación donde dormía mi hijo y en mi camino hacia arriba noté que la habitación estaba cubierta de cenizas", relata.

"Miré mis pies y vi en las escaleras rastros de mercurio que habían dejado mis zapatos", recuerda. "Fui a ver a mi hijo que estaba tosiendo. En el camino, tropecé con un pie de mi hermano. Lo empujé y su cuerpo estaba rígido".

Charito se apresuró a llevar a su hijo de nueve años y a su hermano al hospital, donde fueron hospitalizados durante tres días. Su hermano murió el segundo día. Su hijo falleció 15 años después por complicaciones relacionadas con su intoxicación por mercurio.

Su tragedia familiar alejó a Charito de la minería, pero debido a las pocas oportunidades que ofrece la provincia, en pocos años financió una nueva excavación, aunque esta vez conociendo los peligros que conllevaba el atractivo de las riquezas rápidas.

Riesgos y derechos

Hoy, Charito enseña a sus iguales sobre los riesgos del mercurio y es presidenta de la Asociación de Mujeres Mineras en Luklukan Sur. Con 28 miembros, la organización se registró en octubre de 2017 y su objetivo es ayudar a las mujeres y los miembros "jugadores"-personas que tienen una participación en una mina-, a comprender y gestionar los riesgos de su negocio.

“(...) incluso los mineros que poseen su propia tierra luchan por el derecho a explotar las riquezas debajo de ella. Sin permisos, operan al margen de la ley, arriesgándose a fuertes multas e incluso a la cárcel, mientras trabajan para alimentar a sus familias”

"Las mujeres en la minería sufren. Deben presupuestar lo que les dan sus maridos y buscar otras fuentes de ingresos. Nuestros miembros trabajan principalmente como cocineras en sitios mineros. También reúnen residuos y buscan oro entre los desechos", explica.

Charito Elcano
Charito Elcano, de 60 años, perdió a su hijo y a su hermano a causa de envenenamiento por mercurio.  (Photo de Veejay Villafranca para ONU Medio Ambiente)

Con la mayor parte de los derechos de exploración minera de Camarines Norte en poder de un puñado de empresas, incluso los mineros que poseen su propia tierra luchan por el derecho a explotar las riquezas debajo de ella. Sin permisos, operan al margen de la ley, arriesgándose a fuertes multas e incluso a la cárcel mientras trabajan para alimentar a sus familias por medio del único negocio que conocen.

Charito dice que cuando las autoridades retienen a los mineros el costo de la liberación suele ser de hasta 25,000 pesos (más de US$ 1,300) por persona, una suma muy alta para la mayoría de los mineros, que a menudo subsisten con tan solo US$ 3-7 por día.

Si bien ella ha solicitado permisos para su explotación minera, los complicados procesos involucrados y la falta de apoyo a nivel nacional para defender los derechos de los mineros artesanales implican que el fruto de su trabajo esté lejos de ser seguro.

Ella asegura que trata de no usar mercurio en sus operaciones, pero espera que se construyan instalaciones y alternativas libres de mercurio que ella y su comunidad puedan usar. Ella insiste en que mientras esperan, e incluso si encuentra resistencia, continuará educando a sus compañeros sobre los peligros de este metal pesado. Ella conoce de primera mano sus fatales efectos.

Mientras que algunos mineros siguen siendo escépticos sobre los peligros del uso de mercurio, Charito cree que la conciencia está aumentando. "Está cambiando lentamente, gracias al trabajo que hace BAN Toxics en concientizar a los mineros aquí".

BAN Toxics es un socio de ONU Medio Ambiente aliado en Filipinas con el programa Oportunidades Globales para el Desarrollo a Largo Plazo de la minería de oro artesanal y en pequeña escala (GEF GOLD), que respalda el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF).

El programa apunta a reducir el uso de mercurio en la minería de oro artesanal e introducir y facilitar el acceso a métodos de extracción sin mercurio, al tiempo que colabora con los gobiernos para formalizar el sector, promoviendo los derechos de los mineros, su seguridad y su acceso a los mercados.

“It is changing slowly”, she says, “thanks to the work of BAN Toxics in raising awareness among miners here.”

BAN Toxics is UN Environment’s partner in the Philippines for the Global Environment Facility-backed Global Opportunities for Long-Term Development of the Artisanal and Small-Scale Gold Mining Sector programme – or GEF GOLD. The programme aims to reduce the use of mercury in artisanal gold mining and introduce and facilitate access to mercury-free extraction methods, while also working with governments to formalize the sector, promoting miners rights, safety and their access to markets. 

“Women in mining suffer. They have to budget what their husbands give them and find other sources of income.”

The artisanal and small-scale gold mining sector accounts for 20 per cent of the world's annual gold production – but it is also the single largest source of man-made mercury emissions globally. Around the world, some 12-15 million people work in the sector – including 4.5 million women and over 600,000 children. In the Philippines, artisanal mining takes place in more than half of the country’s provinces, supporting more than 2 million people and producing 80 per cent of the nation’s gold supply each year.

Gold miner in the Philippines
A small­-scale gold miner in Carmines Norte ascends from a site to check on the ore he had gathered. Photo: UNEP/Veejay Villafranca

Mercury is often used in artisanal and small-scale gold mining to separate gold from sediments or ore using rudimentary processing methods. The use of mercury can lead to serious neurological and health issues for miners – especially for pregnant women and children. A 2006 UN study found mercury levels as high as 50 times the World Health Organization level for safe exposure among surveyed gold miners in the Philippines.

A native of Luklukan Sur, where mining has been a mainstay for generations, Charito left her village for a career in the textile industry when she was young. But after years of regularly uprooting her family to follow work, in 1989 she decided it was time to return home. And – as for so many of her neighbours – for Charito and her family, returning home meant mining.

The heavy price of riches

Charito was one of the lucky ones, and after funding a dig on her family’s land, in 1990 she struck gold – a full 8 kgs of it [$320,000 at current market rates]. Afraid that word would get out and they would be robbed or extorted out of their find, Charito and her team decided to process the gold at home. Her memory of that evening is vivid.

“I looked down at my foot and saw traces of mercury droplets from my shoes on the stairs."

“The team leader told me to get 10 kilos of mercury and we worked from morning till dawn the next day. Around 5 pm my son started coughing and I told him to take a break while everyone stopped to eat. Later, I went up to the room where my son slept, and on my way up, I noticed that the room was covered with ash.”

“I looked down at my foot and saw traces of mercury droplets from my shoes on the stairs,” she recounts. “I went to my son who was coughing. On my way, I stepped on my brother’s foot, his body was taut and tense. On my way back, I nudged him, and his body was rigid.”

Charito rushed her then nine-year-old son and her brother to the hospital, where they were hospitalized for three days. Her brother died on the second day. Her son passed on 15 years later from complications related to his mercury poisoning.

Her family tragedy drove Charito away from mining, but with few other opportunities in the province, within a few years she financed a new dig – although this time, she knew the dangers the lure of quick riches brought with them.

Risks and rights

Today, Charito is a peer educator on mercury risks, as well as the President of the Women Miners Association in Luklukan Sur. With 28 members, the Association was registered in October 2017 and aims to help women and family members of ‘players’ – parties who have a share in a mine – to understand and manage the risks of their trade.

“Women in mining suffer. They have to budget what their husbands give them and find other sources of income. Our members mostly work as cooks at mine sites. They also gather waste in mining sites and look for gold from among the waste,” she says.

Charito Elcano
Charito Elcano, 60, lost her son and brother due to mercury poisoning. Photo: UNEP/ Veejay Villafranca

With the bulk of mineral exploration rights in Camarines Norte held by just a handful of companies, even miners who own their own land still struggle for the right to exploit the riches that lie underneath it. Without permits, they operate outside the law, risking heavy fines and even jail time as they struggle to feed their families by pursuing the only the business they know. Charito says that when the authorities do crack down on miners, the cost of release is often as high as 25,000 pesos (more than $1,300) per head – a hefty sum for most miners, who often subsist on as little as $3-$7 a day.

While Charito has applied for permits for her mining site, the complicated processes involved and a lack of national-level support for the rights of artisanal miners mean the outcome is far from certain.

“Our mayor is very supportive of small-scale miners like us and also some international agencies,” she says. “I had a hard time because there was so much to prepare. I will also have to have meetings with right holders, miners and financers.”

Charito says she tries not to use mercury in her operations, but looks forward to mercury-free facilities and alternatives that she and her community can use. She is adamant that while they wait and even if she meets with resistance, she will continue to educate her peers on the dangers of mercury use and champion stopping its use. She knows the harm it can do. She has first hand experience of it.